6.9.08

Encuentros en la calle Segovia.

Capitulo 3

-¿Dice usted que desde hace unos dias se escuchaban voces extrañas en la casa de los Improda?-. Puntualizó Eduardo.

Concentrado en la tarea de encontrar al culpable de la muerte del señor Antonio, el famoso detective andaba de rellano en rellano interrogando a todos los presentes. No iba solo en su empeño, le seguian, a muy pocos pasos, las ancianas, los niños y hasta Emiliano, exjugador profesional de futbolín, cuya carrera se vio truncada por desarrollar entre horas una sorprendente afición al calimotxo. Volcadas sobre las barandillas del hueco del ascensor, las mujeres del vecindario que aun no habian sido interrogadas comentaban por lo bajini lo sucedido. Ni Miguel, el más anciano de cuantos se encontraban hoy en el edificio, sentado en su negra butaca y ataviado con su más preciado batín, era capaz de recordar tanta expectación, ¿o si?, bueno, una fria noche de mayo, malherido a causa de un disparo, Ricardo Mendoza, guardia civil de profesión, se refugió pidiendo auxilio en la porteria, pero tampoco se armó tanto revuelo.

-Asi es. Como quejidos lastimeros, nose...-. Acabó de responder la vecina.

Un murmullo de aprovación se escuchó entre los presentes.

-Pero Antonio fue asesinado, ¿me equivoco?-. Puntualizó el detective.
-No le quepa la menor duda... y no me extrañaria nada que no hubiera sido alguien de carne y hueso-.

Varias exclamaciones se pudieron escuchar a la par entre el gentío. Tres mil millones cuatrocientos veintitres pelillos se erizaron al unisono. Miranda, una mujer muy sensible, se desplomó entre los presentes. Ricardito, con apenas 6 meses de edad, rompió a llorar y durante varios minutos fue su llanto el unico sonido que pudo escucharse en el rellano del 3º 1ª.

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